Los finales del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI, se caracterizan, entre otros aspectos no tecnológicos, por un vivir rápido, materialista, carente de afectividad, en el que no hay tiempo para sentimientos ni emociones.
Azotados por la epidemia de pobreza en el sentir, corazones desconsolados lloran, ante la incapacidad de dar y recibir ternura, gestos de cariño o palabras significativas como un “te quiero”, “te necesito” o “me importas”.
La autenticidad y trasparencia, valores sublimes del ser humano a la hora de actuar y comportarse, y las mentes sensibles de hombres y mujeres que buscan la claridad de sentimientos y rechazan la ceguera emocional que hoy existe en la sociedad actual , en donde todo vale y los afectos no son a veces lo más importante , escasean.
La firmeza y determinación a la hora de recibir, encaminar y educar las emociones, es lo que fomenta estados anímicos facilitadores en pro de la autorrealización personal, social y profesional. La felicidad, no es tener una vida pudiente y acomodada, es tener un corazón enamorado de la vida que uno tiene.
Hacer del mundo en el que vivimos, un mundo más igualitario y comprensivo, en el que ellos y ellas estén presentes, sin discriminación de género, donde el derecho a ser diferente, a opinar y expresar las emociones libremente, se respete y sea acogido de manera natural es un reto ilusionante. Es lo que permite acercar dos sensibilidades, la masculina y la femenina, en ocasiones enfrentadas, pero en verdad complementarias. Es lo que inicia a la persona en el camino hacia un paraíso de líderes emocionales en cuanto a ilusiones, pasiones y afectos compartidos; sensibles a la generosidad, respeto y tolerancia.
Existe un mundo masculino que, al igual que el femenino, hay que escuchar y comprender. Necesitamos la aportación, dedicación y compromiso de los hombres para emprender todos juntos un viaje a un destino común, prometedor en cuanto a paz interior y bienestar exterior se refiere.
No hay que olvidar que ante las alegrías o las penas, el bienestar o el sufrimiento, todos, con independencia de la condición masculina o femenina, sentimos y reaccionamos. Aunque sean las mujeres las que históricamente hayan patrimonializado la capacidad de exteriorizarlos. La realidad es, y lo llevo percibiendo desde hace muchos años, en las terapias que realizo en consulta, que “el sentir” no tiene género, las emociones son innatas al ser humano, habitan en los corazones con independencia de su condición femenina o masculina. Su carácter atemporal hace que sobrevivan más allá del pasado, presente y futuro.
Muchos de nosotros crecimos y nos desarrollamos con la creencia popular de “Si infrecuente es oír al hombre hablar de emociones a la hora de hacer; si inimaginable es que muestre sus sentimientos a la hora de ser; todavía más inusual es que públicamente lo expresen y lo relaten en unos escritos para que otros los lean”. Incapacitar esté legado cultural es mi propósito para esta era de ceguera y tacañería emocional.
Conocer a personas dotadas de estas capacidades, y divulgar estos valores, fue lo que me llevo a promover la línea editorial de la Escuela de Liderazgo Emocional, ele, y a la publicación de Mujeres sin Maquillar y Hombres sin Afeitar.
Libros, ambos, que a través de las experiencias personales de mujeres y hombres, nos sumergen en ese universo emocional, leitmotiv de la escuela.
Leerlos, nos hace vivir, sentir. Nos hace participes de la forma rebelde y caprichosa en que las emociones anidan en el corazón de los seres humanos. Nos hacen contemplar un paisaje emocional muchas veces no reconocido, aunque si conocido.
Artículo realizado por: Elsa Martí Barceló, directoria de la Escuela de Liderazgo Emocional (Ele)