Está en la boca de todos: la regeneración ética. Una demanda social a la altura del empleo y la recuperación económica. Estalló el clamor hace unos años en las portadas de todos los diarios y en las pantallas de todas las tertulias televisivas cuando la burbuja financiera explosionó y se supo que la codicia de muchos operadores financieros puso pies de barro a toda la economía mundial.
Luego, casos puntuales en la gestión de empresas devolvió las dudas en los líderes financieros y empresariales. Algunos de ellos están ahora residiendo en cárceles españolas en unas vacaciones pagadas por el erario público.
¡Regeneración ética! Más que nunca se ha predicado a favor de ella en las pasadas elecciones generales del 20 de diciembre. Y han seguido explotando casos de connivencia entre poderes públicos y privados en casos de corrupción que han estallado a lo largo de toda la geografía española: Madrid, Barcelona, Sevilla, Mallorca, Alicante, Girona, etc., etc.
Este es el contexto social en el que vivimos los españoles: mujeres y hombres, trabajadores y empresarios, autónomos y funcionarios, desempleados y emprendedores. El consenso es unánime: necesitamos una regeneración ética de toda la sociedad, comenzando por sus cúpulas.
Educación y Cultura
Esta es la punta del iceberg, la que emerge de un océano turbio. La sociedad europea necesita una regeneración ética de raíces profundas. Las violaciones masivas vividas en Berlín o las reacciones xenófobas que estallaron en varios países centroeuropeos invadidos por los refugiados de Oriente Medio no son más que ejemplos de ello. Las mafias de la inmigración en las fronteras de Europa o las guerrillas de la droga en América Latina son lacras congénitas a las que ya parece que nos hemos acostumbrado. Sólo los atentados yihadistas, por su convulsa puesta en escena, nos hacen abrir los ojos esporádicamente.
Esa misma regeneración ética es la que clama todos los días en los colegios e institutos españoles; pero que sólo emergen cuando vivimos casos de suicidios infantiles, de acoso escolar violento o de imágenes viralizadas de palizas a chicos estigmatizados en su colegio por sus tendencias sexuales o su diversidad cultural.
Lo mismo ocurre con ese reguero de mujeres muertas por la violencia de género. Siempre hay un refugio emocional en pensar que muchos casos son culturales, porque sus protagonistas son emigrantes latinos, árabes o europeos de los antiguos regímenes comunistas. Sólo se nos desgarra el corazón cuando vemos que un bebé fue lanzado por una ventana, que el violador era sevillano o que ocurrió en una capital provinciana tranquila como Vitoria.
Pedimos regeneración ética, nos manifestamos en contra de la violencia de género, nos solidarizamos por internet con causas vindicativas… ¿pero realmente estamos haciendo algo por cambiar las cosas?
Es frecuente en todos los debates lanzar el boomerang hacia las instituciones públicas, hacia el Parlamento, hacia los políticos, hacia las fuerzas del orden público o los jueces… A lo máximo que se llega es a identificar el problema como un déficit en la Educación. Pero, ¿podemos esperar varias décadas en tomar medidas, legislarlas, educar a nuevas generaciones y esperar a que lleguen a la madurez de gobierno?
La empresa, el regenerador ético
Llevo años en la batalla de un mantra que pocos secundan: la empresa es el gestor del cambio social en el siglo XXI, el regenerador ético de nuestra sociedad. Los principios y valores aprendidos durante la jornada laboral son aquellos que luego trascienden en la vida social, familiar y cultural de los ciudadanos.
Sólo a Isidro Fainé, presidente de CaixaBank, he escuchado hablar de esta responsabilidad de manera recurrente e insistente. A otros líderes sólo les he escuchado hablar de ello como una coletilla oportunista, ocurrente o simpática.
Las buenas prácticas empresariales deben perseguir cambiar la sociedad en clave de igualdad, diversidad o felicidad; porque van mucho más allá de hacer entornos laborales más cómodos o modelos productivos más creativos.
La transformación de la sociedad en valores pasa por el compromiso de la alta dirección y de los accionistas con sus empleados, con las personas que trabajan en su organización (antes llamadas empresas). Cambiar la empresa es cambiar la sociedad.
Y el Director de Comunicación (DirCom) tiene un papel aún más trascendente con su doble función de gestor de los intangibles (valores, marca, compromiso social, cultura corporativa, RSC) y como gestor de los presupuestos de patrocinio y publicidad para trasmitir esos valores en sus campañas de comunicación y en la valoración de los contenidos que esponsoriza en programas de televisión y otros soportes; ya sean estereotipos femeninos enfermizos en series dramáticas o ejemplos abominables de empoderamiento voceado desde realities shows. De su ética dependerá la ética de toda la sociedad.
El siglo XXI supone el inicio de una nueva era en la vida de las grandes organizaciones: empresariales, públicas y del tercer sector. El mundo ha mutado: glocal, tecnificado, colaborativo, universal, estándar, unívoco… Y esta revolución social conlleva lo que ya en Davos han consolidado en llamar la cuarta revolución industrial. Por todo ello, cambia también el rol social que deben protagonizar los líderes empresariales. Su responsabilidad es otra. Son tanto o más líderes sociales que los presidentes de gobierno de un Estado.
La sociedad del siglo XXI
Las grandes corporaciones han tenido que adaptarse al cambio en una doble vertiente sobre la que trabajan los actuales modelos de gestión de las organizaciones: la transformación digital y tecnológica, por una parte; a la par que la adaptación hacia organizaciones más humanizadas, por otra. Y esta nueva manera más humanista de mirar las organizaciones tiene importantes traslaciones en los modelos de gestión: búsqueda del talento, organizaciones felices, corresponsabilidad, organizaciones inteligentes, innovación, difusión de los intangibles, gobernanza ética, buenas prácticas, voluntariado, etc.
Imaginar el futuro, conduce a diseñar el presente. ¿Y qué hay en la bola de cristal de los gurús del management? Lo primero de todo es que estamos matando el viejo modelo de los Recursos Humanos. Ahora las organizaciones se entienden como conjuntos pluricelulares compuestos por personas. Y lo que conlleva esto es a una correcta gestión de personas (no empleados) y a la captación del talento, además de a la fidelización de nuestros empleados entendidos como el primer cliente de la empresa, como el emprendedor interno, como el motor de innovación, como el gestor de la reputación de la marca (redes sociales) y hasta como el voluntariado social corporativo.
En resumen, los intangibles se ponen a flor de piel con programas que buscan la Felicidad, la Inteligencia, la Innovación, la Igualdad, la Diversidad, etc. Y en estos modelos, se intenta que las organizaciones sean inteligentes, que aprendan, que innoven, que reduzcan la brecha digital por edad, que gestionen el cambio, que asuman la transformación digital, que asuman la economía colaborativa, etc.
El compromiso social y de regeneración ética es más que nunca un asunto de la dirección de las grandes corporaciones empresariales, de las grandes organizaciones que emplean y gestionan personas. Y ahí debería de haber un paso al frente de los grandes líderes comprometidos y que así lo dicen como Isidro Fainé y otros presidentes de grupos bancarios, al igual que personajes como José Luis Bonet y otros miles de empresarios comprometidos como él.
La regeneración ética es compromiso de la empresa (también).
Artículo realizado por Salvador Molina, vicepresidente de FUNDACIÓN WOMAN’S WEEK y presidente del Foro ECOFIN.